Reflexión

HOJA DE RUTA DE UN CRISTIANO S. XXI

Escrito por  Gonzalo Haya

Las tres coordenadas de la hoja de ruta

Esta hoja de ruta es la respuesta a una incertidumbre. Es un frenazo ante una diversidad de caminos que se despliegan sin indicaciones de tráfico. Nos han emborronado los rótulos de la carretera. Nos hemos quedado sin puntos de referencia.

En la vida civil, la corrupción y los intereses personales han minado la credibilidad de las Instituciones: gobiernos, sindicatos, controladores económicos, incluso altas esferas de la magistratura. La ley no se identifica con la justicia.

Para muchos cristianos, la indiscutida autoridad del Papa quedó minada por la rebelión de los creyentes -y de algunos obispos- ante la  encíclica Humanae vitae. Las orientaciones del concilio Vaticano II han sido tergiversadas por la misma autoridad eclesiástica. La hermenéutica ha alertado sobre el verdadero sentido de los textos bíblicos. Los dogmas están siendo reinterpretados. Y estos cambios no son meras especulaciones teóricas; son paradigmas, visiones integrales del mundo, y principios que orientan nuestro comportamiento.

«No estamos ante una época de cambios sino ante un cambio de época». ¿Qué principios pueden orientar ahora nuestras decisiones ¿Sobre qué fundamento podemos asentar nuestras decisiones?

El último responsable de mis decisiones es mi conciencia; pero sé que mi conciencia está empañada por egoísmos que desfiguran su visión, y está aislada en el reducido círculo de mis experiencias.

Mi decisión por tanto tiene que fundamentarse en mi conciencia, pero en mi conciencia confrontada con una imagen que sea insobornable, y que esté abierta al diálogo con una experiencia plural y actualizada. Estos tres elementos, confrontados entre sí, me permitirán reelaborar mi hoja de ruta.

Para un cristiano, las tres coordenadas que recibe su GPS son la propia conciencia, el ejemplo de Jesús, y los signos de los tiempos. Veamos como interactúan.

Mi conciencia

La doctrina tradicional, desde los estoicos a santo Tomás, presenta la conciencia como el último criterio de la moralidad de un acto. Para Pablo, todo lo que no procede de convicción, es pecado (Rom 14,23). Lo mismo le dice el Papa Francisco al entrevistador ateo Eugenio Scalfari. Santo Tomás llega a decir que debo renegar de la religión si me conciencia me dice que ese es mi deber.

La conciencia es la que nos confirma que Gandhi o Teresa de Calcuta actuaban correctamente, mientras que un pederasta actúa mal. La conciencia fue el único medio del hombre de Cromagnon para conocer lo correcto, y era tan hijo de Dios como nosotros. Y la conciencia es la que le dice, en lenguaje sencillo, a la gente sencilla que  hay que «ser buena gente». La parábola del buen samaritano no se legitima porque la dijo Jesús; por el contrario Jesús se legitima a los ojos de cualquier hombre por haber propuesto esta parábola.

La conciencia no es una facultad meramente humana. La conciencia es el punto de encuentro, el cordón umbilical que nos une a Dios. La conciencia es sagrada porque Dios se manifiesta en ella, en lo más íntimo del hombre, para no alterar desde fuera la autonomía humana. La conciencia es la transparencia de Dios en mí.

La conciencia también tiene un aspecto negativo: está condicionada por la cultura y por los propios egoísmos. Los políticos dicen tener su conciencia tranquila. Fidel castro y Pinochet se sentían cristianos.

La conciencia, como lo automóviles, tiene su punto ciego, un ángulo muerto para la visión. San Bernardo –doctor melifluo- predicó la segunda cruzada. Los inquisidores no veían su contradicción con el evangelio. Nosotros no nos sentimos comprometidos por la injusticia del hambre en los países explotados. Esos son los puntos ciegos de la conciencia en cada época.

Jesús, el rostro humano de Dios

Jesús es la más nítida imagen de Dios que un cristiano puede obtener. Compararlo con la imagen que nos muestra nuestra conciencia será el mejor Photoshop para corregir las desviaciones causadas en la conciencia por nuestro egoísmo.

«Volved a Galilea» es el mensaje del ángel a las mujeres que lo buscaban en el sepulcro. Volver al evangelio es la mejor manera de iluminar nuestra conciencia para que reconozca la voz de Dios.

Sin embargo el evangelio tampoco es ni la única ni la última palabra para decidir mi camino. Sólo Dios es absoluto, ni siquiera nuestra idea de Dios es absoluta. El evangelio es mensaje de Dios en palabra humana; es el comportamiento de Jesús en circunstancias temporales y culturales distintas de las nuestras. Mensaje de Dios filtrado por las primeras comunidades, por Pablo, Pedro o Santiago; interpretado por Padres de la Iglesia, teólogos escolásticos,  filólogos, arqueólogos y exegetas actuales.

El evangelio me habla a mí cuando logro sintonizarlo con la paz de mi conciencia.

Los signos de los tiempos

Recordemos que la expresión «signos de los tiempos» aparece por primera vez en los evangelios, como una llamada de atención a la llegada del Reino de Dios (Lc 21,31), y fue introducida en el Concilio Vaticano II por Juan XXIII como una forma de interpretar hoy las manifestaciones de Dios. La manifestación de Dios en Jesús y en mi conciencia debe ser completada con su manifestación en el mundo de mi tiempo.

Evangelio y conciencia pueden llegar a sintonizar en la paz de mi celda, o de mi despacho, pero pueden ignorar el mundo exterior. El hambre, la trata de mujeres y de niños, los inmigrantes ahogados en la travesía… son gritos de Dios para despertar el punto ciego de mi conciencia. Vivimos cómodamente asentados en la injusticia social.

Francisco exhorta a las comunidades cristianas, y a los particulares, a un discernimiento evangélico observando los signos de los tiempos, como la exclusión y los desafíos culturales. La convocatoria del Sínodo de la Familia nos invita a salir de una mentalidad estática y a afrontar la evolución histórica del pensamiento y de la conciencia humana.

Los signos de los tiempos también presentan aspectos negativos que nos deslumbran, como el aplauso, el éxito, poder, el dinero… y pueden ser obstáculos, incluso contrarios al evangelio. Es necesario interés y capacidad para discernir en qué pueden orientar o desorientar mis decisiones.

En conclusión

Antes bastaba con obedecer las señales de tráfico en la carretera, ahora tenemos que asumir la responsabilidad de nuestras decisiones, tenemos que abrirnos paso en la jungla de interpretaciones.

Mi Principio fundamental, el GPS que oriente la ruta de mi vida cristiana, será escuchar a Dios presente en mi conciencia, en sintonía con su presencia en el Jesús de los evangelios, y en sintonía con la cultura actual y con el clamor de los oprimidos.

La prensa, la televisión, el cine… pueden ser una fuente de información para discernir los signos de los tiempos, las llamadas de Dios a salir de mi individualismo y a encontrarle en el mundo que me rodea.

Esto no evitará que mi «yo» distorsione de alguna manera el mensaje de Dios, pero habré hecho lo que podía.

Ya sólo me queda orar como el publicano: «el recaudador, en cambio, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; se daba golpes de pecho diciendo:¡Dios mío, ten piedad de este pecador!» (Lc 18,9-14).

 

 

¿NUESTROS JÓVENES HAN PERDIDO LA FE? (por Xavier Serra, Patrono. Mayo de 2013)

No lo sé, la verdad. No estoy seguro. Creo y confío en que no.
Lo que si parece es que han perdido la religión. Sí, claramente, la religión sí. Y buena parte de la culpa la tenemos nosotros, los mayores, porque siendo interesante, muy interesante, el mensaje (el de Jesús), conforme lo es, los mensajeros (es decir, nosotros), la verdad sea dicha, nos hemos lucido. Hemos presentado tan mal el mensaje, que no hemos podido tansmitirlo a los jóvenes. Sin embargo, algo queda. Algún rescoldo. Puede ser que estas fiestas sean uno de los pocos rescoldos que les queda.
Pero la religión no es lo que más me interesa. Lo más importante es la fe. Y estoy convencido de que la fe no, nuestros jóvenes no han perdido la fe.
¿Que dónde está la diferencia entre fe y religión? Mis fans de la misa del domingo a las 9 ya lo saben. Pero la mayoría de vosotros, quizás no. Con vuestro permiso.
De entrada he de deciros que Jesucristo no era un hombre muy religioso en el sentido acostumbrado de la palabra. Jesús no cumplía las características de un hombre religioso. Al menos no las cumplía una cosa hasta allá.
Las características de una persona religiosa son las siguientes:
1. Tiene un credo y unos dogmas a los que presta asentimiento sin duda alguna.
2. Tiene unas oraciones predeterminadas, que reza fervorosamente todos los días.
3. Tiene unas liturgias y unos ritos más o menos solemnes, más o menos complejos, que sigue y de los que participa puntualmente.
4. Tiene unos mandamientos y unas leyes que debe cumplir escrupulosamente.
5. Tiene una jerarquía que le marca el camino que ha de seguir y le amonesta (con mayor o menor fuerza) cuando se aparte de ese camino marcado.

No, evidentemente, Jesús no era un hombre religioso, al menos en el sentido que acabamos de dar a este término.
Nosotros, y cuando digo nosotros me refiero, por ejemplo, a los que vamos a misa los domingos, digo que nosotros sí somos personas religiosas. Lo que no significa gran cosa. Creo que ser una persona religiosa no es, por definición, ni bueno ni malo. Según. Cualquiera podría decir que Pinochet (y otros), o un sacerdote abusador de niños, o alguno de nuestros más famosos corruptos, es una persona religiosa. Y…, tendría razón, pero ya me diréis… Sin embargo, también cualquiera podría decir que Teresa de Calcuta, el asesinado obispo Romero o las benditas monjas que vemos día sí día también en la TV dando un testimonio maravilloso en las situaciones más difíciles del África Negra, pongo por ejemplo, digo que cualquiera podría decir que estas personas son o eran unas personas religiosas. Y tampoco nos equivocaríamos. En los dos casos se puede decir que se trata de personas religiosas. Pero, la diferencia es fundamental. Por eso digo que ser una persona religiosa no es, por definición, ni bueno ni malo.
Desde el punto de vista de la religión cristiana, si el credo, las oraciones, las liturgias, los mandamientos y la jerarquía me llevan a la fe, la religión ha cumplido su encargo. Si, por el contrario, la jerarquía, los mandamientos, las liturgias, las oraciones y el credo, se quedan en sí mismo y no nos llevan a la fe, todo eso se ha convertido en palabras huecas. Si lo queréis más claro: no sirve para nada. O peor todavía. Sirve para la autocomplacencia, para la justificación de nuestros actos e, incluso, de nuestros pecados. El problema es que el mensaje que nosotros hemos transmitido a nuestros jóvenes, ha sido, muchas veces, el mensaje de la religión y no el mensaje de la fe.
Entonces nos planteamos la pregunta del millón.
¿Qué es la fe?
La fe es vivir de una forma determinada. La fe cristiana es vivir conforme vivía Jesucristo.Y Jesucristo vivió dedicado a propagar, con palabras y actos, el Reino de Dios. Con toda la fuerza, tanta que le condujo a la muerte. Un Reino de amor, de justicia, de verdad, de libertad, de paz. Jesús dedicó su vida a poner al día el sueño más antiguo del corazón humano, el deseo casi desesperado de todas las culturas de todos los tiempos: la liberación de todas las cadenas que aprisionan el ser humano.
Cada vez que nosotros dedicamos nuestros esfuerzos para liberar a un hermano de cualquier cadena, sea la pobreza, sea la inmigración, sea la injusticia, sea la mentira, sea la corrupción, sea la falsedad…, cualquier cadena, estamos manifestando nuestra fe.
Si nuestra religión nos lleva a trabajar por ese sueño universal, nuestra religión nos conduce a la fe. Si llegamos a trabajar por ese sueño por otros caminos, esos otros caminos nos conducen, igualmente, a la fe.
Por lo tanto, digo y creo que nuestros jóvenes no han perdido la fe. Llegan a ella, espero y confío, por caminos distintos a los nuestros. De la misma manera que, espero y confío, nosotros llegamos a ella mediante nuestra religión.
Mi deseo es que estas fiestas sean para nosotros un momento especial para manifestar nuestra fe.

Xavier Serra, sacerdote

Pocos días después de haber enviado el presente escrito, recibía el siguiente correo:
A una madre que desesperada, se le quejaba, en Buenos Aires, de que su hijo joven había abandonado la fe, el entonces cardenal Bergoglio, le preguntó: “¿Sigue su hijo siendo una buena persona que se interesa por los demás?” La mujer le dijo que sí. Y Francisco la consoló diciéndole: “Entonces quédese tranquila. Su hijo sigue creyendo en lo que debe creer”.

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